jueves, 15 de octubre de 2009

Segunda puerta


Encendió la luz apenas pasó el umbral. Cuando ella le siguió, cerró a sus espaldas y se sacó la campera. La miró caminar al medio de la habitación, directo, sin vueltas como siempre. Por sus movimientos, pocos hubieran podido adivinar sus emociones y descubrir que esa noche ella estaba partida. Mantenía la cabeza en alto y los hombros rígidos, incluso cuando se sentó en la cama para bajar el cierre de las botas. Le daba la espalda. Nadie hubiera podido adivinar qué era lo que le había pasado. Sólo él, único, porque ella se lo había contado por teléfono horas atrás.

Se aflojó la camisa y el cinturón, mientras caminaba a la cama. La vio desprenderse del sweater y recostarse en su lugar habitual. El encaje de su corpiño se adivinaba a través de la fina tela de su camiseta, mientras todo lo demás se dibujaba en líneas nítidas, tangibles, al alcance de la piel. Él se sentó a su lado mientras ella se soltaba el pelo, y le agarró la mano que había dejado libre, abandonada en del acolchado. Su agarre era fuerte, firme, cálido. Ella lo miró, con sus ojos llenos de oscuridad, mientras se hundía en las almohadas.

Se quedaron unos minutos así, acostados, mirándose. No dijeron nada. Sus dedos se terminaron enlazando, y llegaron a acariciarse como si fueran palabras dulces. Él se inclinó y ella abrió la boca para sus labios. Con la lengua tocó sus dientes y el sabor de su silencio. Sus manos libres hicieron nido en un pecho y un cabello, se movieron, mientras las otras se quedaban quietas. La humedad se hizo puente entre ellos, y su aliento se volvió gotas cuando se dejaron ir.

Él volvió a su lado de la cama. Su frente estaba perlada y sus ojos, los enormes imanes de gris, estaban entrecerrados. La miraban, penetrándola con dulzura, dominio y violencia. No le había soltado la mano.

- Tu amiga me vuelve loco - dijo.

Ella tensó los dedos bruscamente, pero no se levantó con rapidez. Lo miró, estática, desde los confines de su almohada. Los segundos pasaron en la misma inmovilidad, donde hasta los aromas parecieron esfumarse. Pasaron entre sus miradas, buscando un equilibrio, tratando de anticipar el estallido de la reacción. Y al final, ella se levantó soltándole la mano despacio, con los labios apretados y las cejas relajadas. Su gesto dejaba leer su decisión. Se inclinó sobre él, dejando entrar a las uñas por debajo de su pantalón, y llevó la boca a su oído. Sólo habló cuando lo tuvo agarrado, bien sujeto, en su poder.

- Imaginate que ella está vestida de raso - susurró -. Y te mira llegar por esa puerta...

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