miércoles, 29 de octubre de 2008

Postales


París, 2 de marzo de 1978


Querido Ernesto:

¿Cómo estás? Hace mucho que no recibo una carta tuya. Posiblemente estés muy ocupado, como siempre, o quizás es que no sabés qué escribir… Igual no pasa nada. No es que quiera que te sientas obligado a responderme, por favor, no, no quiero que lo entiendas así. Sólo quiero saber cómo estás. Es que me acuerdo todo el tiempo de vos, y me pregunto cómo estarás allá en Rosario.

Acá, desde la última carta, las cosas no cambiaron mucho. Como te habrás dado cuenta, ya dejé Madrid. Estoy en la dirección que me diste, y en unos días tengo arreglado llegar a Venecia. Es un viaje precioso, Ernesto. Seguramente ya viste todo lo que estoy viendo y me mandaste a estos lugares por eso, pero no puedo parar de pensar en lo parecido que es todo. Fui a la Plaza Mayor y pensé que estaba en Mar del Plata; ahora voy caminando por los Campos Eliseos y te juro, es como caminar por la parte de las embajadas de la Capital. No sé si vos pensaste lo mismo cuando estuviste acá. ¡Me encantaría estar con vos, para preguntarte!

La estoy pasando bien. La gente que te conoce me trata muy bien, y dice que te mande saludos apenas vuelva. Me preguntan qué te quedaste haciendo allá, por qué no viniste conmigo. Yo les digo que estás trabajando, como siempre. ¿Qué les puedo decir? Pensé que hablabas con ellas... Dicen que hace mucho que no hablan con vos, y que se sorprendieron cuando les dijiste que iba a ir yo. Les prometí contarles de vos cuando me respondieras alguna carta. Me cuentan muchas cosas curiosas de cuando andabas de viajero por Europa, y me dicen que al menos yo sí sé francés… Que vos no te defendías para nada. Me dijeron que te pregunte por la “vez de la mujer escarlata”. ¡Qué habrás hecho, Ernesto!

Espero que esté todo bien allá. Hace poco traté de llamar un par de veces, pero no sé por qué la operadora no conseguía enlazar la llamada. Me decía algo de que las líneas parecían cortadas, que debía ser un problema de la central telefónica de Argentina. Espero que no sea también que el correo está teniendo problemas, porque de cartas sólo recibí la última tuya. A los demás les mandé la dirección a la que me podían responder, pero no me llegó respuesta de nadie. Me imagino que con todos los preparativos del mundial, allá deben estar muy ocupados para preocuparse por eso, ¿no?

En España se hablaba mucho del mundial, pero las cosas están bastante extrañas, y acá en Francia… Bueno, la verdad es que no tengo mucha idea. Sabés que nunca me entero de mucho. A veces pregunto, y los de acá me dicen que está todo bien. Los europeos son algo raros, Ernesto. En España todos decían que las cosas andaban bárbaro, y no andaba nada bien. Están en algo así como una fase de negación después de Franco. No quieren ver lo que les acaba de pasar. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo pueden no ver, cómo pueden negarlo todo así nomás? Que yo, extranjera, no me dé cuenta es una cosa, pero que ellos que viven acá crean las cosas que creen…

Me gustaría que me escribas, aunque sean unas pocas líneas. Quiero saber cómo estás vos, cómo están los demás. Quiero saber cómo están las cosas allá, porque con todo esto no tengo noticias de nada ni nadie. Mientras escribo, me pregunto en qué andarás en este preciso momento. Seguramente, en una de esas salidas tuyas misteriosas que nunca me quisiste contar, ¡como si salir con tus amigos fuera algo malo! Hablando de malo, anoche soñé que estaba envuelta en una bandera argentina que me estaba asfixiando. Yo trataba de salir pero la bandera cada vez se apretaba más fuerte. Se me hacía un nudo en la garganta, y yo lloraba, lloraba porque no lo podía desatar, porque no podía gritar para que alguien me ayudara, porque sabía que nadie me iba a escuchar. Fue horrible … Hasta el día se puso feo. Desde ese día hasta hoy estuvo lloviendo sin parar, como se pone el cielo en Rosario cuando vienen las tormentas del Paraná, ¿viste?

Me dijiste que me ibas a mandar el pasaje de vuelta, pero todavía no lo recibí. ¿Estás seguro que lo mandaste? Llamé un par de veces a la aerolínea, e insisten que no lo tienen. Me parece raro que hayan perdido una reserva. Se supone que en dos semanas me tendría que estar volviendo. Todavía me parece ayer cuando viniste ese sábado de la nada y me dijiste que iba a viajar, ¡todo esto es un sueño! Pero cuando me subiste al avión, me dijiste que disfrutara porque era sólo por dos meses, y ya van como cinco. Sí, ya sé lo que me dijiste en la última carta, pero extraño casa, ¡y debería que volver a la facultad! La historia del Arte no se estudia sola… Aunque parece como si todo fuera a propósito para que me quede más tiempo acá dando vueltas y aprendiéndola de primera mano, metida en el Louvre, ¿no?

Ayer estaba mirando por la ventana, viendo cómo caía la lluvia, y en algún lado, alguien estaba silbando. Aunque seguro no era, me pareció que era una de las canciones de Sui Generis, de las que me hiciste escuchar varias veces. En Venecia, voy a mirar los canales y seguramente me voy a acordar del Paraná, como me dijiste que te pasaba cuando llegaste a Rosario y mirabas a nuestro río. Sólo espero que no me dén más ganas de volverme cuando me pase eso…

Te extraño mucho, Ernesto. Espero volver pronto, porque quiero verte. Y espero que cuando leas esta carta, si te llega, estés un poco menos serio que la última vez que nos vimos.

Ti voglio benne con tutta l’anima!

Tu Helena.

domingo, 12 de octubre de 2008

A perpetuidad


El 12 de Octubre es una fecha más en el calendario de los feriados nacionales. Con pocas excepciones, pasa desapercibida bajo el pensamiento de que es un día menos de rutina, un día menos de esfuerzo. Se acepta como un bache en las clases, el trabajo o las actividades, y no parece merecer ninguna reflexión particular. Es un día de descanso negociado, que hasta ocupa la agenda del Congreso; es un tema obligado de las actividades temáticas de la educación general básica.

No es extraño, en el marco de un país donde los días festivos se celebran en las fechas de ciertas muertes. Tampoco parece extraño que esta fecha nos haya llevado a una costumbre ciega, que como lo oficial, aceptamos sin pensar demasiado. Es menos insólito todavía que hayamos aceptado como “Día de la Raza” al 12 de Octubre, aún en la vigencia de la igualdad ante la vida, y de la igualdad como personas ante la ley.

Lo que se sabe del 12 de Octubre es que se conmemora el encuentro entre dos culturas. Se aplaude que América recibió un gran legado cultural, que recibió el avance de la civilización; se concede que Europa pudo haberse nutrido del arte, del ingenio nativo. Se festeja el intercambio, la fusión, el contacto entre dos mundos. Se celebra la unión entre los dos pueblos. América saluda a los recién llegados: América baila de alegría recordando el principio de aquel fin.

Lo que no se sabe bien es que el “Día de la Raza” fue decretado en Argentina por Hipólito Yrigoyen en 1917, tras buscar una festividad que uniera a España y Latinoamérica. Fue un movimiento diplomático en la política de gestos que imperaba. No tuvo mayor trasfondo que aquel objetivo, para el cual se omitió la historia, se olvidó el dolor de los siglos, y se dejaron abiertas las venas de este suelo. Pero la fiesta declarada ni siquiera es entre representantes de ambos mundos: es unilateral, unidireccional, sin dar participación a los verdaderos actores. Nadie invitó a las colectividades, de los que quedaron, a unirse a semejantes festejos.

El 11 de octubre, los indígenas conmemoran el último día de su libertad. El 12, nosotros festejamos el principio de una ejecución en masa.

¿De qué lado de la balanza, entonces, quedó la civilización?