miércoles, 11 de agosto de 2010

Café sobre el insomnio


Un hombre y su reflejo toman de la misma taza gemela el mismo café amargo., a pesar del kilo de azúcar. Dos gargantas imaginan un ruido mientras dos fuegos recorren el interior de un laberinto en el que dejarán de existir, o que terminarán de echar abajo. Una imagen de soledad matizada por la voluntad se forma en aquellos ojos y se enreda en ese aroma que se lo lleva todo por delante, aroma que no son capaces de apreciar. Tiempo hace que el olfato se ha contado entre las pérdidas de una sensibilidad demasiado alejada de lo físico. El mismo tiempo, o casi, que les tomó reconocerse el uno al otro como iguales a través de la ceguera. Y eso fue mucho después que descubrieran que el espejo estaba partido y astillado en mil.

martes, 20 de abril de 2010

Invitación


Ella está despierta. Espera boca arriba que él llegue para poder descansar. Con las manos en los muslos, o cruzadas sobre el abdomen, mira al techo con impaciencia. La oscuridad no es total. Sus ojos abiertos, enormes, son los únicos puntos de luz de la habitación. Las sábanas y las mantas la tapan hasta la línea de los hombros. Para pasar el tiempo, con la mente en blanco, piensa en contar hasta diez.

Destellos blancos invaden las sombras. Ella se paraliza en esa misma posición. Dedos curtidos se deslizan sobre sus manos, mientras una boca invisible succiona su vida. Como en un beso perverso, con una lengua hasta la garganta, se le hace imposible gritar. Las caricias inesperadas siguen su rumbo, chocando a oleadas contra su sangre. No hay éxtasis. No hay pensamientos. Sin sonido alguno, la rodean y tiran para llevársela de una vez por todas.

El horror de aquella penetración le impide reaccionar. Apenas logra centrarse en que todo está sucediendo una vez más, cierra los ojos ciegos y la llama. Su nombre es lo único que se repite mientras las oleadas embisten contra su cuerpo. Una y otra vez, el nombre. Las embestidas. Se drena cada vez más su fuerza. El llamado a gritos destruye su cabeza. El blanco sigue comiendo intermitente a la oscuridad. Imágenes traspasan sus párpados cerrados. La abren del todo mientras sigue inmóvil.

Ella trata de que no entren más. Trata de cerrarse por completo. La parálisis va cediendo cuanto más fuerte es su grito. Nadie escucha el silencio. No hay ayuda posible. Mientras siguen tirando, intenta mover el brazo. El pánico transforma sus venas en un camino de hormigas dormidas. Sus músculos están ausentes de toda utilidad. El aire empieza a faltar. Las oleadas son más fuertes. El miedo se superpone al miedo. Todo se va desgastando, pero ella acelera el proceso. Los gritos van rompiendo la burbuja. La fuerza de aquel parto para expulsarlos acaba rompiendo la matriz.

Todo sigue en silencio. Ella sigue en la misma posición, mirando el mismo techo. El corazón le desboca las sienes y el parte el cuerpo. Se siente vulnerable, donde creía que no volvería a repetirse. Abierta por completo, fácil de quebrar, sola, imposibilitada de pedir ayuda. Nadie va a creerle. No hay nada que le puedan sugerir para hacer. Su seguridad se erosiona un poco más, queda al borde de la desaparición. Su cordura se balancea ante el abismo de la negación.

Vuelve a cerrar los ojos. Mejor seguir esperándolo. Mejor, olvidarlo todo. Y contar hasta diez.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Inyección


Leíste una vez un cuento, o una frase de Bakunin, que no te atreviste a hacerme leer. Pero yo leí.

"... querer la dependencia de aquel a quien se ama es amar una cosa y no un ser humano, porque no se distingue el ser humano de la cosa más que por la libertad..."

No quisiste explicarme por qué mirabas al suelo mientras escondías el papel. Te pregunté una o dos veces, te insistí, y no me dijiste nada. Te levantaste y te fuiste con la cabeza en alto, aunque tenías los ojos empañados como vidrios. Me dejaste mirándote a la distancia, te hiciste inalcanzable. Corriste alejándote, separándonos, sin darte vuelta y decirme a la cara cuál era tu problema. Cuáles eran tus motivos. Qué era lo que te había hecho tan mal.

Qué era lo que te había abierto los ojos.

"... y si el amor..."

Vos me lo revisabas todo. Cuando dejaste de hacerlo, fue porque supiste que ya no te podía esconder nada. Ahí fue cuando empezaste a creerme, un poco, apenas, que cuando me preguntabas todas esas cosas yo no te mentía. Que cuando no tenía nada para decirte, es porque no había nada. Que si había ido a tal lado, era porque había estado ahí. Y no sé por qué te empeñabas en negarme eso: yo sabía que a veces me seguías, sólo que siempre hice como que no te vi. No sé a qué le tenías miedo, o qué esperabas demostrar. Nunca me lo supiste decir.

Me pregunté si podrías habérmelo dicho en ese momento, mientras cerrabas la puerta. Si me podrías haber respondido algo, si me podrías haber explicado por qué lo hiciste, por qué así.

"... y si el amor implicase también la dependencia, sería lo más peligroso e infame del mundo porque sería entonces una fuente inagotable de esclavitud y de embrutecimiento para la humanidad..."

Quizás ese tiro en la boca, en tu silencio, fuera la única respuesta que podías darme.

jueves, 15 de octubre de 2009

Segunda puerta


Encendió la luz apenas pasó el umbral. Cuando ella le siguió, cerró a sus espaldas y se sacó la campera. La miró caminar al medio de la habitación, directo, sin vueltas como siempre. Por sus movimientos, pocos hubieran podido adivinar sus emociones y descubrir que esa noche ella estaba partida. Mantenía la cabeza en alto y los hombros rígidos, incluso cuando se sentó en la cama para bajar el cierre de las botas. Le daba la espalda. Nadie hubiera podido adivinar qué era lo que le había pasado. Sólo él, único, porque ella se lo había contado por teléfono horas atrás.

Se aflojó la camisa y el cinturón, mientras caminaba a la cama. La vio desprenderse del sweater y recostarse en su lugar habitual. El encaje de su corpiño se adivinaba a través de la fina tela de su camiseta, mientras todo lo demás se dibujaba en líneas nítidas, tangibles, al alcance de la piel. Él se sentó a su lado mientras ella se soltaba el pelo, y le agarró la mano que había dejado libre, abandonada en del acolchado. Su agarre era fuerte, firme, cálido. Ella lo miró, con sus ojos llenos de oscuridad, mientras se hundía en las almohadas.

Se quedaron unos minutos así, acostados, mirándose. No dijeron nada. Sus dedos se terminaron enlazando, y llegaron a acariciarse como si fueran palabras dulces. Él se inclinó y ella abrió la boca para sus labios. Con la lengua tocó sus dientes y el sabor de su silencio. Sus manos libres hicieron nido en un pecho y un cabello, se movieron, mientras las otras se quedaban quietas. La humedad se hizo puente entre ellos, y su aliento se volvió gotas cuando se dejaron ir.

Él volvió a su lado de la cama. Su frente estaba perlada y sus ojos, los enormes imanes de gris, estaban entrecerrados. La miraban, penetrándola con dulzura, dominio y violencia. No le había soltado la mano.

- Tu amiga me vuelve loco - dijo.

Ella tensó los dedos bruscamente, pero no se levantó con rapidez. Lo miró, estática, desde los confines de su almohada. Los segundos pasaron en la misma inmovilidad, donde hasta los aromas parecieron esfumarse. Pasaron entre sus miradas, buscando un equilibrio, tratando de anticipar el estallido de la reacción. Y al final, ella se levantó soltándole la mano despacio, con los labios apretados y las cejas relajadas. Su gesto dejaba leer su decisión. Se inclinó sobre él, dejando entrar a las uñas por debajo de su pantalón, y llevó la boca a su oído. Sólo habló cuando lo tuvo agarrado, bien sujeto, en su poder.

- Imaginate que ella está vestida de raso - susurró -. Y te mira llegar por esa puerta...

jueves, 20 de agosto de 2009

Giros


Helena miró el reloj de la estación, incómoda. La sensación en su interior era tan pesada que anestesiaba cualquier otro sentimiento. Sólo se dio vuelta porque sabía que Jérôme estaba ahí, con ella. Quiso señalar la hora y sonreírle, jurarle que las agujas dejarían de moverse. La sensación se volvió arena en su garganta.

Jérôme la abrazó antes de que aquello pudiera transformarse en una despedida. Cuando la soltó, Helena levantó la mirada para volver a intentar hablar, pero no pudo. Él tenía lágrimas en los ojos. Ella quería llorar, pero el cuerpo no le respondió. Se quedó serena, como adormecida. Alguna vez, ella tenía que ser la fuerte.

No pudo decir nada: levantó las manos y lo abrazó, respiró hondo, y le prometió que volvería. Luego lo miró mientras se alejaba, esperando que volviera la vista, pero él no lo hizo. Helena se quedó de pie frente al andén, sola, viendo partir su cordura.

jueves, 28 de mayo de 2009

El borde


A N.L.




Lentamente...

él había perdido todos sus nombres

Todos

hasta que sólo le quedó uno

Su nombre

El verdadero



Y si Helena estaba en lo cierto...

entonces yo estoy caminando

esto dejó de ser un sueño

Y las cosas van

jueves, 2 de abril de 2009

Vueltas




Puedo renunciar al sentirme parte

renunciar a los reproches

a las acciones

a gritar alto

a la vida

Puedo renunciar al poder



No podría renunciar a una parte de mi memoria

No podría renunciar a seguir las ideas

No podía seguir mirando de lejos

ni desde la letra de los libros

ni del ojo del ganador


Acepto tu renuncia que esperaba

porque hace rato la merecías


Yo no renuncio