En un principio, fue la máquina.
El mundo cambió por completo. No porque el mundo se hubiera enterado de la existencia de la máquina; si no porque, en los siglos que fueron luego, se supo que el tiempo apareció a partir de ese momento. Para cuando se creó la máquina, el mundo no era nada, y después de la máquina, el mundo pasó a ser todo; pero eso también se supo luego. En el momento de su creación, la máquina apareció, simplemente.
Fue vendida como procesadora de sueños: las necesidades y esperanzas se metían por un sitio, y por el otro se suponía que salían los productos procesados, bonitos, listos para comer. Se activaba sólo con hablarle un poco. Hasta ese momento, las máquinas anteriores habían fracasado en el mercado: ninguna lograba un producto con buen sabor, o que se pudiera digerir del todo. Su llegada fue tal revolución que las otras máquinas quedaron desplazadas casi de inmediato, fueron relegadas al exilio, aunque se les permitió coexistir; a fin de cuentas, había muchos masoquistas que seguían prefiriendo los productos de esas, y no de esta nueva.
El mercado se puso de cabeza. Los seguidores de la máquina empezaron a acosar a los seguidores de las máquinas anteriores; se montó en un fanatismo insoportable en el que nadie lograba ponerse de acuerdo. Empezó el debate sobre cuál era la mejor forma, cuál era la imagen más linda, cuál debía ser su color. La discusión sobre cuál era el mejor manual de instrucciones enemistó a los fanáticos más ortodoxos. Esos mismos se dividieron después entre los que creían que la máquina estaba bien sola, los que creían que le faltaban dos accesorios más, y después entre los que les gustaba más el accesorio que la máquina y los que seguían al original a toda costa.
Me dijeron que, con el tiempo, la máquina se fue perfeccionando. Pasó de ser una simple procesadora a ser usada como lente. Pasó a estar en todos los ojos, en todos los bolsillos y todos los cuellos. Ayudó a muchas personas desorientadas a ver nítidamente al mundo, al mismo tiempo que su manual de instrucciones los guiaba, y seguía procesando sus sueños. Fue impuesta como obligatoria durante muchos siglos, alcanzó la gloria total del mercado, y parecía que nunca habría otra máquina que fuera a destronarla en las ventas.
Y al final, un día, la máquina fue destronada por una razonadora de sueños.
Entonces empezó a venderse como antigüedad. Restringieron los puntos de venta a los sitios de siempre, y dejaron de ofrecerla en las calles. Los fanáticos que no sucumbieron ante la nueva razonadora, se separaron todavía más. El imperio de la máquina empezó a debilitarse. Terminó siendo apartada por completo, aunque mantuvo su vigencia entre los suyos que, sin importar sus cambios, seguían ciegamente su nombre. Siguió latiendo allí, procesando los sueños y sirviendo de consuelo al mundo, que recurría a ella como último recurso cuando la razonadora se rompía, o nadie podía arreglarla.
Todo eso me contaron. Yo la compré esperanzado, cuando me di cuenta que la razonadora no me servía para todo. Traté de usarla, leí los manuales, hablé con los expertos, pero no logré ponerla a funcionar. Así que la metí con todo en una caja, con accesorios y manuales, y fui al edificio a donde me la habían vendido.
- Usted me deberá perdonar – le dije al vendedor -. Pero esta máquina no me sirve para nada.
- No se preocupe – me contestó, sonriendo -. Puede dejarla acá hasta que quiera volver a buscarla… Sabemos que en algún momento le va a ser útil. Los siglos hablan. Todos vuelven.
1 comentario:
- Hermoso tu blog. Muchos cariños. Ade
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