Y acá estoy yo, y ahí la hoja; y yo sigo estando acá, así de lejos.
Vengo preguntándome el porqué de este bloqueo desde hace mucho tiempo. Pienso en haber escrito una maravilla que nunca pude soñar. A veces me enfrasco en la búsqueda de la originalidad, la ruptura del status quo, y me olvido de mi placer. Y yo sé que no me muero por lo original, sólo me gusta el papel. Sólo me gusta exponer una inspiración fugaz, y no más que un suspiro de mi tiempo. Odio forzarme a las letras; odio el cansancio de mis manos. Me gusta hablar, no que me aplaudan.
Cada párrafo es un corte, es un cuchillo revolviendo lo que queda de mí. Me exprime la carne para sacar de mi sangre el último jugo que queda, lo que chorrea de mi energía. A cada línea se hace más evidente la falta, y yo me pregunto por qué sigo con esto, y me detengo a ver por qué sigo caminando en este pantano, si confío tanto en volver a caminar sobre esa agua o es que no me importa ahogarme. Cada palabra es un parto, se lleva una parte gestada dentro de mí, me abre el cuerpo hasta el límite y me saca lo que estuve guardando tanto tiempo, esperándolo; pero esto es como una cesárea, yo soy mi propio bisturí, y me abro en canal con tanto dolor como si cortara con el capuchón de una lapicera, y me dejo desangrar sólo mirando, como si existiera algo superior a mi propio sufrimiento.
Entonces me pregunto de nuevo el porqué de esta tortura. Cuándo fue que dejé de disfrutar mis miserias. Me muevo agitando este horror paralizante; el miedo al ridículo, el temor a no volver a ver a mi deseo. Y son muchas las cosas que no tienen más sentido que esto: y son todas las que me presionan por todos los lados, me rompen la cabeza, me patean mis partes sanas, y terminan enfermándome como preguntas sin cura.
La hoja sigue allá, y yo sigo acá. Y por orgullo, sé que no voy a ser yo quien dé el primer paso.
Vengo preguntándome el porqué de este bloqueo desde hace mucho tiempo. Pienso en haber escrito una maravilla que nunca pude soñar. A veces me enfrasco en la búsqueda de la originalidad, la ruptura del status quo, y me olvido de mi placer. Y yo sé que no me muero por lo original, sólo me gusta el papel. Sólo me gusta exponer una inspiración fugaz, y no más que un suspiro de mi tiempo. Odio forzarme a las letras; odio el cansancio de mis manos. Me gusta hablar, no que me aplaudan.
Cada párrafo es un corte, es un cuchillo revolviendo lo que queda de mí. Me exprime la carne para sacar de mi sangre el último jugo que queda, lo que chorrea de mi energía. A cada línea se hace más evidente la falta, y yo me pregunto por qué sigo con esto, y me detengo a ver por qué sigo caminando en este pantano, si confío tanto en volver a caminar sobre esa agua o es que no me importa ahogarme. Cada palabra es un parto, se lleva una parte gestada dentro de mí, me abre el cuerpo hasta el límite y me saca lo que estuve guardando tanto tiempo, esperándolo; pero esto es como una cesárea, yo soy mi propio bisturí, y me abro en canal con tanto dolor como si cortara con el capuchón de una lapicera, y me dejo desangrar sólo mirando, como si existiera algo superior a mi propio sufrimiento.
Entonces me pregunto de nuevo el porqué de esta tortura. Cuándo fue que dejé de disfrutar mis miserias. Me muevo agitando este horror paralizante; el miedo al ridículo, el temor a no volver a ver a mi deseo. Y son muchas las cosas que no tienen más sentido que esto: y son todas las que me presionan por todos los lados, me rompen la cabeza, me patean mis partes sanas, y terminan enfermándome como preguntas sin cura.
La hoja sigue allá, y yo sigo acá. Y por orgullo, sé que no voy a ser yo quien dé el primer paso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario