[original]
Los guantes son como las manos sin huellas digitales: son como caricias que no tienen persona que las haga, aunque tengan persona a la que llegar. Poner un guante es como poner una mesa, una distancia con o sin sentido entre dos o más, entre una piel o una textura; o quizás un aliento, o tal vez una idea. El guante es como la distancia física, aunque sea estar al lado de otro, o al lado de otra, o de otra cosa.
Siempre está la imposibilidad de mentir con los guantes, que son como una mesa entre dos personas que se miran frente a frente. Están a la vista, y no hay forma de esconderlos a los ojos de los otros; no hay mentira que valga que intente esconderlos de esas miradas. Los guantes no son como los escudos de la mente, que pueden mentirse cuando hay cosas en las que uno no quiere involucrarse, y puede hacer diálogos profundos sin comprometerse de nada, sin poner su huella. Uno puede revestir la palabra de terciopelo, de lana o de cuero, y puede ser más o menos distante sin que haya prueba a la vista de eso, sólo una percepción que puede ser de la inseguridad del otro. Pero uno no puede engañar a la vista, cuando uno toca, uno estrecha, o uno levanta la mano enfundada en un guante. El mensaje es claro: el aislamiento, por el motivo que fuere, la distancia, es concreta.
A lo largo de la historia, los guantes siempre fueron usados para protegerse y como símbolo de lo oculto, como símbolo del gusto, como forma de evitar las impurezas. El frío, lo áspero o lo hiriente, siempre fueron excusas para no entregar las manos desnudas: el guante es la coraza de lo vulnerable. En la batalla, en lo helado, en lo social. O en la fría batalla de lo social.
Todos llevamos guantes, aunque ofrezcan las manos desnudas para estrecharlas. El lenguaje es un guante. Las palabras son aquel guante que encierra nuestros sentimientos. Vivir en la época de la imagen del mundo significa que somos educados para tener guantes todo el tiempo, en todas nuestras relaciones, y tocar siempre a través de una textura invisible todo lo que nos rodea. El raso, la seda o el nylon, al lado de eso, son sólo ilusiones.
Y entonces, aquella libertad de verse sin guantes y moviendo las manos limpias, no es más que un sueño. Nuestros propios sentidos filtran los sueños a través del guante de nuestra memoria. El único momento en que estamos exentos de tocar a través, de vivir a través, es el instante donde no encontramos cómo decir aquello que creemos sentir. Los guantes, entonces, no serían más que un adorno trivial, y de verdad sería una elección nuestra llevarlos.
Por eso, la próxima vez que me dés la mano, no importa que te saques el guante para un instante de sinceridad. No sirve. Tu gesto es lo que importa. Y yo… Yo te entiendo.
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[cuasi-prosa poética]
Los guantes son como las manos sin huellas digitales: caricias sin persona, aunque tengan objeto. Guante es como mesa, distancia entre dos o más, entre una piel o una textura; o quizás un aliento, o tal vez una idea. Distancia física, aún al lado.
Vedan la mentira; están a la vista. No pueden esconderse. No son como los abrigos de la mente, revistiendo la palabra de terciopelo, lana o cuero. La vista es el sentido cruel, y el guante, el mensaje claro: el aislamiento, la distancia concreta.
Historia de protección y símbolo de lo oculto, del gusto; el frío, lo áspero o lo hiriente, son las repetidas excusas para no entregar manos desnudas. El guante es coraza de lo vulnerable, en la batalla, en lo helado. En lo social.
Todos llevamos guantes, aún con las manos desnudas. El lenguaje es un guante: con las palabras, recubre nuestros sentimientos. En esa imagen del mundo, tocamos siempre a través de una textura invisible. Y los sentidos filtran sueños a través del guante de la memoria.
Siempre estamos protegidos. Por eso, no te saques tus guantes. Tu mano nunca es un instante sincero. Pero yo… Yo te entiendo.
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[cuasi-revisado]
Los guantes son manos sin huellas digitales: caricias sin persona, aunque tengan objeto. Guante es como mesa, como distancia entre una piel o una textura; o un aliento, quizás una idea. Distancia física, aún al lado.
Vedan la mentira; están a la vista. No pueden esconderse. No son como los abrigos del pensamiento, revistiendo la palabra de terciopelo, lana o cuero. La vista es el sentido cruel, y el guante, el mensaje claro: el apartarse, la distancia concreta.
Historia de protección y símbolo de lo oculto, del gusto; el frío, lo áspero o lo hiriente, son las repetidas excusas para no entregar manos desnudas. El guante es coraza de lo vulnerable, en la batalla, en lo helado.
Siempre llevamos guantes. El lenguaje es un guante... recubre los sentimientos. En esa imagen del mundo, tocamos siempre a través de una textura invisible. Y los sentidos filtran sueños a través del guante de la memoria.
Siempre estamos protegidos. Por eso, no te saques tus guantes. Tu mano nunca es un instante sincero. Pero yo… Yo te entiendo.
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