- Disculpe, ¿podría darme asilo esta noche?
Jérôme había estado escondido, sentado atrás de unos árboles, durante todo el día. Había permanecido en silencio, agazapado, con el anotador en una mano y la pluma en la otra. Todavía mareado, había escrito todo lo que recordaba, antes de haberse visto obligado a desaparecer.
El campesino se tocó el sombrero, sin decir nada. Apenas miró al joven frente a él: cuando olió la sangre, le hizo un gesto con la mano y empezó a caminar dándole la espalda. Jérôme cerró bien su bolso, movió un poco la cabeza, y lo siguió en silencio a través del campo.
- Esa curva... Muy peligrosa - dijo el campesino, sosteniendo la puerta del rancho, para que Jérôme pudiera pasar -. Van muy rápido. No es el primer accidente.
Jérôme lo miró a los ojos: sostuvo la mirada lo suficiente para que pareciera que estaba asombrado. Después, se sacó los lentes y se frotó los ojos con fuerza. Por supuesto que no era el primero, ni sería el último: pero eso no había sido un accidente.
No respondió. Se pasó los dedos por la cara, sobre la barba incipiente, y los bajó llenos de sangre. Era fresca: no era de la sangre que manchaba toda su ropa, de correr cuerpos. Antes de que pudiera asombrarse por continuar herido, el campesino le alcanzó una venda rudimentaria y un recipiente con agua. Jérôme agradeció con un gesto, volvió a calzarse los lentes, y se mojó la mejilla.
El campesino había hecho pocas preguntas. Jérôme había respondido las suficientes para que no quedase pegado a él. Y el otro, hombre recto y simple como uno de los árboles de su quinta, había vuelto a su rutina como si nada pasara. Ahí estaba en ese momento, trabajando, recortado contra el atardecer, mientras Jérôme sacaba un atado de cigarrillos, encendía uno, y se inundaba de humo.
Permanecieron así un rato, el campesino con la tierra, el otro mirando en silencio el atardecer. Al final, Jérôme sacó una pluma y, de pie, empezó a escribir la carta.
Estoy bien. Pero esto no fue lo primero ni va a ser lo último. Llevale esto a Durruti y quedate con él. Preciosa, si vinieron por nosotros acá, entonces allá estarán...